Uno de los rasgos más recurrentes de la experiencia social e individual en las modernas sociedades contemporáneas es el incremento de la percepción de miedo. En nuestras sociedades se teme a ciertos espacios, a determinados sujetos, o a deambular por las calles en horarios “peligrosos”.
En realidad, no sólo se teme a sucesos cuya probabilidad depende, al menos parcialmente, de los lugares, sino también a acontecimientos que van más allá de ellos, como el miedo a no encontrar trabajo, a perderlo, al propio futuro, o al de los hijos, familiares o allegados…